Teoría, Práctica y Ética de la Economía conductual (Behavioural Economics)

Isaac Lopez incorpora al debate sobre la teoría y práctica de BE un nuevo elemento: la Ética. Y desde este nuevo enfoque, nos propone una reflexión sobre el importante papel que debe jugar la Economía Conductual como generador de confianza en el usuario.
TEORÍA Y PRACTICA
¿Se considera usted racional? Si es así, conforme a la descripción del ser humano como “animal racional”, debería deducirse que sus decisiones también son racionales. ¿Lo son? ¿Siempre?
Hasta hace bien poco (pocas décadas atrás), la inmensa mayoría de los postulados teóricos habrían contestado con un sí, más o menos rotundo, salpicado de algunas puntuales excepciones. Sin embargo, desde el enfoque de la nueva visión económica llamada Economía Conductual, la respuesta es otra bien distinta. No solo no somos racionales, sino que, como señala Dan Ariely, los seres humanos somos previsible y sistemáticamente irracionales en la toma de decisiones.
Si esto es así, si además admitimos el postulado de que “somos lo que decidimos” (tal y como dice el neurocientífico Mariano Sigman en su libro “La vida secreta de la mente”) y dado que la capacidad para decidir es una función ejecutiva básica del cerebro, parece que no somos tan racionales como la teoría tradicional nos había pintado.
Y efectivamente así parece que es, porque así lo ha puesto de manifiesto de forma evidente y empírica la Economía Conductual con los estudios y aportaciones que se han sucedido desde Daniel Kahneman, primer psicólogo en ser premiado con el Nobel de Economía en 2002, hasta Richard Thaler (Nobel en 2017), pasando por otros grandes investigadores como Ariely, Robert Shiller (Nobel también en 2013) y otros tantos economistas y psicólogos que están trabajando en esta dirección.
Desde esta perspectiva, podría decirse que la observación práctica del comportamiento humano ha construido una nueva teoría económica, que sustituye a la anterior, que explicaba al hombre como ser exclusivamente racional que siempre decidía en su propio beneficio. En esta nueva teoría, el hombre se “equivoca” continuamente debido a su naturaleza irracional.
Quizás usted se encuentre entre aquellos que llegan admitir que en determinados asuntos el ser humano “pierde la cabeza”, pero que esto no es aplicable a cuestiones donde las matemáticas son una ciencia exacta que permite distinguir con absoluta claridad una decisión mejor de otra peor. Y quizá piensa también que, incluso desde una postura de racionalidad pura, cabría incluso admitir en este terreno ciertos “errores” (fallos de procesamiento del individuo), sobre todo en situaciones de bastante incertidumbre, pero que en todos aquellos casos donde la evidencia matemática no deja lugar a dudas, no puede admitirse la presencia de irracionalidad.
Por suerte o por desgracia, la Economía Conductual ha demostrado que esto no es así. Si cree que en el mundo financiero la irracionalidad no existe, o es menor, piense en las burbujas tecnológicas, inmobiliarias y bursátiles de los últimos años y comprobará la existencia de una “exuberancia irracional“ (tal y como ha llamado Shiller al libro que divulga el trabajo que le valió el premio Nobel) que empuja regularmente a la sociedad a tomar decisiones absolutamente absurdas en el plano económico. Y esto sucede en gran medida porque lo económico no es sino un asunto más de nuestra naturaleza y por tanto se ve condicionado por los mismos sesgos y tendencias que el resto de áreas que configuran lo humano.
EL ENFOQUE ETICO
De este modo, parece evidente que asistimos a una nueva concepción del ser humano como menos racional. Desde esta perspectiva, este circuito de renovación teórica basado en la observación empírica de la realidad se quedaría cojo si no incorporase un enfoque ético sobre el uso de los conocimientos sobre los mecanismos de decisión y sobre el modo de manipular los mismos. Es cierto que la capacidad de manipulación no es una novedad, pero ahora adquiere una nueva dimensión.
Para los que entendemos la manipulación no desde una perspectiva únicamente negativa (tercera acepción de la palabra “manipular” en el diccionario de la RAE), sino como algo instrumental que permite cambiar pensamientos y conductas humanas (primera, segunda y tercera acepciones del diccionario María Moliner), la cuestión no está en la manipulación en sí misma sino en el uso y, sobre todo, en el abuso, que aquellos que manipulan hagan sobre los manipulados.
El propio Thaler es un gran defensor del uso de la capacidad manipuladora. Su libro Nudge (“El pequeño empujón” en su traducción al castellano) es una exposición ampliada de los beneficios de la manipulación sobre la sociedad en su conjunto y sobre los manipulados en particular. Y sin embargo, él mismo se plantea desde el origen la ética de esta manipulación, cuando define, ad inicio, este ejercicio como “Paternalismo libertario”, es decir, un modo de influir en la sociedad para hacer un mundo mejor, pero que es, sin duda, una forma de intervencionismo, por mucho que su objetivo sea ayudar, sin imposiciones, en la toma de decisiones a individuos afectados por un vicio irracional que les perjudica en el medio y largo plazo. Es decir, se trata de empujar sin obligar, respetando siempre la libertad última de elección del ser humano.
Pero ¿dónde está el límite? ¿En qué momento estos “empujones” tienen tal dimensión que eliminan la capacidad de ir en contra de ellos? Es éste el terreno de la ética a la que me refería antes. Aquí es dónde la sociedad tiene que establecer sus límites de defensa ante el poder de quienes tienen acceso al conocimiento de los sistemas de manipulación, ya sean entidades públicas (los estados) o privadas (las grandes empresas). Gran Bretaña y Estados Unidos son dos ejemplos de aplicación pública de las enseñanzas de Thaler y Sunstein, y Behaviour Economics empieza a ser el nombre de departamentos específicos de grandes empresas (comerciales, financieras, de seguros…).
Vivimos precisamente en una época en que pensadores muy significados como Harari proclaman la inexistencia del libre albedrio, resaltando el enorme potencial de hackeo cerebral al que estamos sometidos por parte de “los otros”. Aunque yo prefiero pensar, tal y como dice Francisco Mora, que sí existe el libre albedrio (al menos expresado en la capacidad de vetar), creo que lo que no admite discusión es el hecho de que estamos cada vez más expuestos a ser manipulados.
¿Lo dejamos correr o nos ocupamos de reflexionar sobre cómo hacer un uso adecuado de los grandes descubrimientos? Yo no tengo duda. Los beneficios de este nuevo enfoque económico son (y serán aún más) tan positivos e importantes que no se puede pegar un portazo restrictivo a esta nueva vía, pero, precisamente por eso, por su potencialidad, tampoco pueden quedar sujetos al criterio ético particular de quien pueda acceder a su conocimiento. Pienso, como Michael Sandel que hay cosas que el dinero no puede (o no debería poder) comprar.
Por el momento, como mínimo, creo que sería bueno para nuestras decisiones que tomásemos conciencia de nuestra irracionalidad, que examinemos cuándo podemos y queremos dejarnos ser guiados por esa irracionalidad y, sobre todo, que intentemos ser lo más coherentes posibles con nosotros mismos y nuestros valores, evitando la influencia manipuladora de los otros, utilizando el ejercicio de nuestro pensamiento crítico. En ese empeño encontraremos un gran aliado, sin duda, en la Economía Conductual.